PARA EMPEZAR.
“La proyección y/o planificación, movida por la escucha recíproca, permite una visión de conjunto de las obras y ofrece la posibilidad (…) de superar las divisiones y diferencias, buscando soluciones ventajosas, enriquecedoras para todos, y compartidas”. (CIVCSVA)
Una escucha activa recíproca es el principio de la gestión. En esencia, la interlocución contribuirá a alinear la gestión con la misión de cada institución.
POR DÓNDE NOS MOVEMOS
A día de hoy existe una economía cada vez menos colaborativa, más industrializada y, como consecuencia, menos humana. De hecho, el asesoramiento convencional es un proceso cada vez más regulado, con altos costes y que busca el cumplimiento normativo, con dificultad para alinear economía y misión.
Lo normal en la gestión convencional de hoy es encasillar a un cliente en un perfil de riesgo determinado, basándose en unas preguntas tipo que atienden normalmente al grado de aversión al riesgo y la experiencia financiera. A estos perfiles, que suelen denominarse “agresivo, dinámico, moderado o conservador”, les acompaña una cartera modelo que acaba implementándose a través de la compra de instrumentos financieros como acciones, ETFs o fondos. Además, para medir el buen hacer, esta cartera será comparada con un “benchmark” o índice de referencia de mercado, que poco o nada tiene que ver con la misión de la institución.
Entonces, ¿cómo podemos superar las limitaciones que plantea el asesoramiento financiero convencional?
Conocer la razón de ser de cada institución y los diversos proyectos que desarrolla nos sitúa en el punto de partida para ofrecer el asesoramiento financiero diferencial que coloque a la misión en el centro de cada decisión financiera.
Sin entender cada pequeña pieza del gran puzzle que forma una institución, desde sus preocupaciones éticas o sociales, hasta la visión más aterrizada del patrimonio que hay en inversiones, inmuebles, efectivo…, no se podrá aportar la mejor versión del asesoramiento, lejos de los actuales convencionalismos que encasillan a cada cliente en su cartera modelo.
QUÉ DICE LA IGLESIA.
El documento “Economía al servicio del carisma y de la misión” de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA), en sus Conclusiones_punto_34, habla sobre cómo en el contexto histórico actual se aceptan los retos que nuestra época plantea, individualizando respuestas para un desarrollo económico y humano que sea atento y respetuoso.
De hecho, en el punto 35 continúa expresando que “(..) es indispensable redescubrir una economía que tenga un rostro humano, una economía que ponga siempre en el centro al hombre y a su verdadero bien”.
Es decir, el desafío se encuentra en la vuelta a la humanidad perdida, al carisma y a la empatía bajo una buena escucha activa.
CÓMO LO APLICAMOS
Entender para atender. Esta es la clave. Lo primero será escuchar, hacer ese ejercicio de interlocución activa que hemos citado, para empatizar y sentir como nuestros los principios y necesidades de la institución. Continuaremos con la cuantificación de los requerimientos financieros actuales y futuros de los diversos proyectos desarrollados por la institución y el análisis detallado de sus estados financieros. A partir de lo anterior podremos planificar y ordenar el patrimonio para atender las necesidades concretas de la institución, respetando sus valores éticos y la misión. Por último, intervenir, llevando a la práctica todo lo planificado.
La palpable deshumanización del sector, preocupado por el cumplimiento normativo estricto y la maximización de la rentabilidad, lo aleja de la personalización, de ser un asesoramiento único. La misión no necesita esa maximización de rentabilidad. Con la escucha activa, la empatía y la personalización de la gestión buscamos que la rentabilidad obtenida facilite en la mayor medida posible el cumplimiento de la misión.
DESDE LA REALIDAD
Qué frecuente es encontrarse con carteras de inversión que poco o nada tienen que ver con la misión de la institución.
En ocasiones vemos clientes con necesidad de rentas estables, pero con carteras invertidas en activos de riesgo y de acumulación, llegando a sufrir pérdidas innecesarias; otras encontramos carteras de largo plazo con escasa o nula exposición a renta variable, perdiendo la oportunidad de invertir en activos que tienen mayor potencial de revalorización a ese plazo; y carteras con exposición a alguna divisa distinta de la divisa base, sin que haya un motivo justificado, asumiendo riesgos innecesarios y/o excesivo.